—Cuéntame. Qué fue lo que pasó.
— En realidad no fue algo tan grave. Sólo pasé por encima del barandal.
— "Sólo pasé por encima del barandal". Haces que parezca cualquier cosa. Estabas del otro lado del barandal, es cierto, en el balcón del restaurante de un hotel de 4 pisos. A punto de suicidarte. Apunto de estrellar tu frágil cuerpo contra el cemento del zócalo de la ciudad. Los demás clientes estaban histéricos y en el el piso se formó un tumulto que inútilmente gritaba que no te lanzaras. ¿No te parece grave?
— ¿Qué tanto anota en esa libreta, Doc?
No me quería suicidar. Sé que eso parece. Pero no era así. Solo sentí curiosidad.
— ¿Curiosidad? ¿Por morir?
— Por morir, y por ver cómo reaccionaba la gente. Siempre cuando estoy en un lugar alto siento el impulso de lanzarme. Pero no son ganas de suicidio. No estoy triste o deprimido. No quiero acabar con ningún tormento en especial. No, es curiosidad. Sí, curiosidad. Solo eso.
— ¿Sabes? no te creo. Algo me dice que si les entrego un diagnóstico positivo de tu condición, diciendo que estás mentalmente adaptado y que no causarás más problemas a la sociedad, inevitablemente las causarás. Tengo el presentimiento de que si dejamos que salgas, regresarás muy pronto.
— Tal vez. El sistema no está diseñado para personas como yo.
— ¿Personas como tú? ¿Cómo son esas personas?
—Dicen que la capacidad de asombro y la curiosidad son instintos infantiles que nunca deberíamos perder.
—Seguro también por ahí dicen que suicidarse no es una buena idea.
—¿Qué hay después de la muerte, Doc? ¿Llegas al paraíso? ¿Tu alma se queda vagando en la tierra, por la eternidad? ¿Eso sólo pasa si tienes cuentas pendientes con el destino?
El purgatorio, el infierno, fantasmas, vida eterna, renacer, reencarnar...En realidad la única forma de saberlo es morir, y a veces, la curiosidad me dicta que acelere el proceso, pero...¿Y si no hay nada después?
— Habrás desperdiciado una vida.
— "Sólo pasé por encima del barandal". Haces que parezca cualquier cosa. Estabas del otro lado del barandal, es cierto, en el balcón del restaurante de un hotel de 4 pisos. A punto de suicidarte. Apunto de estrellar tu frágil cuerpo contra el cemento del zócalo de la ciudad. Los demás clientes estaban histéricos y en el el piso se formó un tumulto que inútilmente gritaba que no te lanzaras. ¿No te parece grave?
— ¿Qué tanto anota en esa libreta, Doc?
No me quería suicidar. Sé que eso parece. Pero no era así. Solo sentí curiosidad.
— ¿Curiosidad? ¿Por morir?
— Por morir, y por ver cómo reaccionaba la gente. Siempre cuando estoy en un lugar alto siento el impulso de lanzarme. Pero no son ganas de suicidio. No estoy triste o deprimido. No quiero acabar con ningún tormento en especial. No, es curiosidad. Sí, curiosidad. Solo eso.
— ¿Sabes? no te creo. Algo me dice que si les entrego un diagnóstico positivo de tu condición, diciendo que estás mentalmente adaptado y que no causarás más problemas a la sociedad, inevitablemente las causarás. Tengo el presentimiento de que si dejamos que salgas, regresarás muy pronto.
— Tal vez. El sistema no está diseñado para personas como yo.
— ¿Personas como tú? ¿Cómo son esas personas?
—Dicen que la capacidad de asombro y la curiosidad son instintos infantiles que nunca deberíamos perder.
—Seguro también por ahí dicen que suicidarse no es una buena idea.
—¿Qué hay después de la muerte, Doc? ¿Llegas al paraíso? ¿Tu alma se queda vagando en la tierra, por la eternidad? ¿Eso sólo pasa si tienes cuentas pendientes con el destino?
El purgatorio, el infierno, fantasmas, vida eterna, renacer, reencarnar...En realidad la única forma de saberlo es morir, y a veces, la curiosidad me dicta que acelere el proceso, pero...¿Y si no hay nada después?
— Habrás desperdiciado una vida.
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